"España va bien", afirmaba José María Aznar a finales de los años noventa. España va bien. Lo decían las cifras que mostraba orgulloso, como si él hubiese parido la bonanza económica de finales de siglo. Gestión y administración. Et voilà. Una España con cifras tan positivas que nos hacían sonreír y nos inspiraron confianza. ¿Entraremos en el G8? ¿Pintaremos algo en Europa, por fin? Las cuentas eran positivas, pero más allá de eso, ¿cómo eran nuestras vidas? Teníamos esperanza en el futuro, parecía que por fin íbamos a poder consumir. Consumir de verdad. Un mundo de posibilidades se abría ante nosotros.  Sin embargo, el país seguía basándose en el turismo y la construcción. Eran los mismos perros con otros collares. España continuó asentado en estructuras que ya no funcionaban. Y no se crearon otras nuevas. Hoy tampoco. Se corta, se recorta, se destruye, sin aportar nada nuevo. Esperando que por generación espontánea aparezcan puestos de trabajo y ciudadanos ilusionados, confiados, emprendedores. Claro. Los que tienen formación y posibilidades se están yendo. Los que no sufren la crisis y no tienen ni puñetera idea de lo que significa, se quedan aquí tan a gusto, esperando volver a vivir ostentosamente como antaño. Lo suyo está atado y bien atado. La clase media que confió en sus políticos porque no sabía que había alternativas o no quería molestarse en pensarlas, acarició por unos años la prosperidad y ahora se da de bruces con el paro de larga duración y el desahucio. España iba bien. Ya. Las cifras iban bien. Pero los ciudadanos no somos cifras, somos personas. Y a la gente no le iba bien. Porque tenía cada vez un trabajo más precario, una educación de peor calidad y pasaba cada vez más tiempo en las colas de la sanidad pública. Una sanidad y una educación que no son gratuitas, que se han pagado con esfuerzo durante generaciones y que se ha estrangulado en los últimos años hasta hacernos creer que no son operativas. Antes eran un orgullo, la sanidad y la educación públicas. La mayor parte de los que las critican han sido paridos en la sanidad y la educación estatal. Son hijos de la inversión social. España no iba bien. Los números cuadraban según unos criterios determinados en unos informes concretos. Pero las familias no somos negro sobre blanco. Somos de carne y hueso. Somos nosotros y nuestras circunstancias. Y estas circunstancias se pueden cambiar. Pero para cambiarlas hay que conocerlas, hay que remangarse. Y este gobierno no lo está haciendo. Sigue gobernando sólo para unos pocos.

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